Qué pena ,
no era una pena silvestre,
esta pena nació de vos , se crió en los brazos de las tardes
que se suicidaban a la hora que apagaban la luz.
Era una pena llamativa ,
una pena que inflaba el pecho ,
una pena orgullosa de ser pena .
Vino cuando a tu pelo se le ocurrió ser nido de mi noche
y escondiéndose en el brillo de tus ojos se hizo canción en
el recuerdo ,
canción gris , huérfana de melodía ,
canción que corría por el arcoíris de la tarde
sabiéndose libre de tentaciones de ollas de oro .
Pena que dejó tocando la puerta al cartero ,
pena asustada igual, no crea usted señor
que no tenía miedo.
Juntaba valor recitando tristezas del mal ajeno
no crea usted señor que no tenia miedo
se notaba como
temblaba escondida en la garganta de ella
ese día,
el día que dijo que
se iba.
Hay penas que tocan a la puerta,si uno les abre, habitan por siempre en tu casa.
ResponderEliminarAsí son las penas, " añeras " diría Atahualpa Yupanqui, un beso niña
Eliminar¡Hermoso tu poema, Rubén!... Mis penas sí son silvestres, como yo y me gusta que así sean. Las penas no siempre matan, a veces redimen y nos pueblan el alma de una sucesión de estampas puras y victoriosas. Un abrazo.
ResponderEliminarQue lindo lo que escribís " nos pueblan el alma de una sucesión de estampas puras y victoriosas " me encantó , un beso mujer
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