Madera, silencio, minutos
caricias al filo
una ventana, dos afueras
tus ojos doliéndome en el ayer
en el marrón del río
que brilla más que mi alegría
silencio, se calla el ruido
necesidad de no necesitar más
de no acariciar
de fuego para quemar el tiempo
y hacer de los cuerpos el verano
y hacer de los recuerdos entretejidos de almas
a ambos lados de la espina, tus manos y las mías
escapando de una cicatriz llena de aurora
del canto de los pájaros invisibles del amanecer
de tu voz desnuda,
voz que martilla el sol
y le duele el decir
y se hace pasos por la vereda de enfrente
despacio y del lado de la pared.