Seducidos , titubeantes, y con bastón
pasaban los días,
con el pubis lleno de amaneceres y rosas en el pelo
pasaron sus quince años por la vereda,
vino el perro que seguía el carro
y descansó el instante del hambre que su dueño arrastraba,
mientras la avaricia de ellos compraba látigos en la vereda y
tu corazón se estremecía salpicando sus pesares entre la multitud.
Las preguntas dibujaban abismos en las ruedas de los coches
y el sol derretía las esperanzas puestas en la lluvia,
que presagiaban las nubes que anoche llegaron cargadas
de sombra desde tu pasado.
Mientras el pueblo danzaba en rituales que no inventó,
las marionetas del saber encendieron el fuego y
lucharon por que no se sepa el nombre de ella,
que está debajo de las baldosas de la vereda
y que llora rebelión en su vestido
y viene cada noche
a resucitar las canciones que soñábamos las tarde de julio.
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