Silencio,
eclosión de adioses
destinados a morir
superado
el fulgor de la sonrisa de Dios.
Silencio,
camino el camino de ese Dios
del Dios nacido en mis manos,
en mi piel,
en cada una de las auroras
que necesitó mi vida
para verte llegar.
Silencio,
regocijo del alma
inquieta
que a veces llora
agarrándose del viento
y no se quiere soltar.
Silencio
de puro interior crecido
navegando la espera,
soñando con las manos que una noche me convencieron de seguir
y de soñar.
Silencio,
repitiendo palabras
de sol y mates,
acariciando el verde
de un resplandor divino
que lentamente
ve la tarde que empieza a vajar.
Silencio.
Los ojos cerrados
un frío de pájaros,
la noche inminente,
y los finales me hacen llorar.